Una chica decadente, Ramón Casas (1899) |
La figura artística del siglo XIX está cicatrizada entre la alta marea de diversas vanguardias, podrían resaltarse en singularidad, siempre encontrando hilos sueltos entre una y otra. La pluralidad latente del momento le dio lugar a movimientos de posiciones antónimas a los viejos clásicos expuestos en la tradición, y las sofisticadas corrientes vanguardistas polarizadas entre la abstracción se mantuvieron leales al humanismo filosófico casi de forma política, mientras el parnasianismo se adjuntaba sólido a los nuevos métodos lejanos de las muestras subjetivas, los decadentes introducían sus líneas sin cuidado en lo que parecía un hedonismo objetivado. Revolucionario, e impertinente, el decadentismo le arrancaba los méritos a la burguesía, y a los mojigatos cortesanos muy perfumados. Podrían atribuirse al espectro decadentista una innumerable variedad de características, se considera que es la sentencia de muerte a una ensalzada burguesía, y además la puerta ambulatoria a diversas posturas de carácter no tan poético. Los decadentistas, aunque quizás no tan precisos en su corriente, dieron a luz al interesante híbrido formado entre la conservación del tradicionalismo, y la desaparición factible de la arraigada idealización romántica vinculada a la moral, en consecuencia a la no tan sinónima oposición del parnasianismo a los clásicos inocentes a las manos de la burguesía. Nos presenta el mundo saturado de los sentidos, tal como agrega Paul Verlaine en Languidez;
Sola, el alma se marca en un denso hastío.
Allí abajo, se dice, hay combates sangrientos.
¡Y nada poder, débil con deseos tan lentos,
y no querer florecer un poco esta existencia!
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