El fatalismo; la cadeneta irrompible de la incapacidad

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El fatalismo es un término comúnmente usado hoy en día; proveniente de la raíz fatum, lo cual traduce destino; es esto contrario a lo que pueda creerse por confusión acerca del mismo, el fatalismo no hace referencia específicamente a cuestiones de aspecto negativo, a pesar de que por asociación sea expresado de esta forma, sino más bien es la creencia o postura en la cual el fatalista acepta a un mundo en donde todos los fenómenos, y cambios están predestinados por la causa divina; el destino. Claro está que para los fatalistas esta es una doctrina con bastante flexibilidad frente a esa forma, o identidad del destino; en ocasiones el fatalista atribuye a una deidad la causa, donde la divinidad es sólo una alegoría en la postura fatalista para el fatum. Para muchos esta postura filosófica no era más que una forma de negar la existencia de una voluntad; (y), es que efectivamente para el fatalista no existe la creencia en una voluntad, para él sus acciones no son más que las determinaciones ambiguas de los hilos del destino, es tanto así que da lugar a una confusión sobre el fatalista; ¿es éste un hombre incapaz de cambiar su destino?, y es que es ésta una de las preguntas más relevantes entre los que cuestionan la doctrina del fatalismo, porque sería tal pregunta igual a cuestionar la causa universal a cualquier idealista, aunque en respuesta a esto se puede agregar que para el fatalista y en asociación con el deificado destino, toda creencia en una ligera distorsión aparte de ser algo de totalidad inverosímil; desarrollar la idea no sería más que una resentida visión propia del raciocinio, o una posición engañosa de los instintos. El fatalismo encuentra una forma más adecuada en la vertiente estoica, con el renombrado término;  fatum stoicum; donde puede ser reconocido con la asociación a la razón divina por primera vez por Crisipo de Soli; hay que tener en cuenta que no debe confundirse al fatalismo con una posición de carácter religiosa, sino más bien debe ser reconocido como una postura ensamblada desde la filosofía, y la misma observación científica; porque el fatalista, y hablando específicamente del fatalista de carácter estoico; la única figura divina existente en el cosmos no es otra que la del eterno destino.
Cicerón en un intento de aclarar lo que para él simboliza el destino agrega en el Tratado de la Adivinación: 
El fatum no es otro que al que los mismos griegos llaman heimarmene, es decir, el orden de la serie de causas, cuando una causa ligada a otra produce de ella misma un efecto. [...] Se comprende entonces que el destino no es entendido como superstición, sino lo que dice la ciencia, a saber, la causa eterna de las cosas, en virtud de la cual llegaron a ser los hechos del pasado, son los hechos del presente y serán los del futuro.

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